Tráeme de vuelta el recuerdo de un tiempo sin matices, el tiempo en el
que era fácil abandonarse y saltar, sin red ni sostén, en el pozo de la
fortuna. Déjame bucear entre sus aguas, en búsqueda de la quimera solo
constreñida por la ley del deseo, cuando era sencillo perseguir un
sueño, un suspiro, una voz o una mirada. Cuando saltar de la alegría
absoluta al más profundo abismo no parecía tonto. Cuando entregarse no
significaba perderse. Cuando salir no era un estar fuera. Cuando todo,
absolutamente todo, era un gran acontecimiento, una película acompañada
de nuestra personal melodía, de nuestro tema. Cuando conocimos nuestro
primer, gran y único personaje.
Tráelo todo de
vuelta...para recordar, solamente, ese tiempo en el que sentíamos la
necesidad de las grandes interpretaciones ante los mínimos gestos.
En
vano preguntarnos dónde quedaron las promesas, dónde las mentiras,
dónde el tiempo que creímos que las lágrimas no terminarían nunca. Dónde
preguntarnos por qué coincidimos en el mismo camino. Recuperar lo que
se ha ido es como tratar de apresar el viento, como impedir que pase el
tiempo, como si todo lo vivido no existiera o no sirviera de maestro.
Coincidimos,
nuevamente, y te acercas ofreciendo los mismos gestos, la misma quimera
que ¿No te das cuenta? está ya deslavada por las aguas de ese pozo de
deseos.
No es tu culpa, lo confieso, que aquello que
atesoraba antaño, se convirtiera en recuerdo...en un filme blanquinegro
que miramos cuando sentimos nostalgia, principalmente de uno mismo. Es
mi culpa, lo confieso, no puedo transitar por esta vida dejando el
equipaje en cada puerto.
Los
sospechosos de siempre: la inocente mirada, el joven corazón, el
entusiasmo absoluto y la capacidad de asombrarme, los guardo para
sueños nuevos. Los pañuelos salados, el desvelo insomne de recuerdos
pasados, hace mucho que los tengo guardados. Cierto es que, de cuando en
cuando, los tiendo al sol para que no se apolillen, para que no huelan a
moho pero, especialmente, para mostrarle al silencio los fragmentos,
las piezas que componen mi bitácora.
Los tiendo al sol para recordarme que no se puede darlo todo, todo el tiempo ni conformarse con menos.
Hubo
un tiempo de mirar la sombra de tus pasos, de escuchar tus secretos, de
adivinar tu mirada. Bajo la luz azul con la que te envolvía parecías
perfecto: tanto, que sólo bastaba tu presencia para iluminarlo todo; tu
sonrisa paraba el (mi) mundo. Tus tormentas se antojaban realmente
trascendentes y el fuego de tu ira, contenida en tu silencio, constituía
la peor de las catástrofes.
Esas noches, con las sábanas de la
incertidumbre cobijando mis arenas, han pasado, como ha pasado ya el
tiempo en el que se representaban cuentos... son sólo recortes
desteñidos por el tiempo.
No tengo nada que darte, ni deseo que ofrezcas nada nuevo.
Siempre
tendremos algo, es cierto: yo, lo mucho que he aprendido de este
encuentro y tú...¡qué se yo! no intento adivinar más tus secretos.
Imposible resucitar lo muerto o intentar creer que, tan sólo el tiempo,
sirve para abandonar el bagaje que cargamos dentro.
No sé si hemos
crecido o tan solo nos hemos hecho viejos, el caso es que la vida sin
matices hace mucho que no forma parte del baúl de mis deseos. Quiero
ahora personas, no imaginarios cuentos.
Del café, que nos
debemos, es mejor dejarlo en el olvido o destinarlo para aquellos
momentos en que la nostalgia, de uno mismo y del tiempo en el que éramos
distintos, nos asalte entre proyectos.
Por: MARÍA GUADALUPE MUNGUÍA TISCAREÑO
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