Me siento al borde de la cama, esperando el zarpazo , el aguijón, el veneno, pero como buen cazador espera el momento oportuno para atacar. Enciendo la radio y procuro ahuyentar el miedo. Es inútil, aunque suba el volumen puedo escuchar sus pasos, como deslizándose sobre cristales rotos, sobre arenas movedizas, sobre nieve en las aceras. Me ha escogido a mí, en un honor extraño que no alcanzo a comprender, habiendo tantas a mi lado ¿Por qué yo? ¿Qué tengo de especial, de diferente?. Pero no contesta, solo deja que el chirriar de sus cadenas vaya en aumento, como para anticipar el terrible momento en el que, voraz, me hincará los colmillos dejándome indefensa y sola.
No existe amuleto que no haya probado, tampoco conjuros que no haya pronunciado. No hay pócimas, ni filtros, ni ungüentos. Como cuando niña, me acuesto en mi lecho, cubriéndome el rostro con mantas y sábanas y, justo en ese preciso momento, la garra me atrapa, me vapulea, me escuece. Salto de la cama , en un intento por escapar, pero me sigue, me acosa y se burla de mí. Recorro la casa y lo llevo pegado a los talones. No hay caso, mejor vuelvo al lecho...Una vez satisfecho, al despuntar el alba, se marcha , despidiéndose con esa mirada de quien dice "Hasta luego". Y yo quedo exhausta, sabiendo que la siguiente noche comenzará de nuevo.
Por: MARÍA GUADALUPE MUNGUÍA TISCAREÑO
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