sábado, 29 de junio de 2013

DE LUZ Y DE SOMBRA


Si derribo mis trincheras y murallas. Si levanto mis defensas y, en un intento por reconstruirme , por inventarme un mundo mejor en el que vivo, abro una puerta y te escabulles dentro... deja fuera los miedos que te impiden ser gentil conmigo. Deja fuera la soberbia, la indiferencia y el rencor. No necesitas armaduras, ni espadas, ni máscaras, dentro de mi recinto.

Esto es lo que soy, un rompecabezas a medio terminar. Apenas un espejo, empañado por el tiempo y el desengaño, pero que todavía puede reflejar la luz.

No entres a saquearme, poco hay para llevarse...apenas la esperanza que me alcanza para entibiar, a ratos, ciertos lugares, ciertos rincones. He sufrido el asalto de corsarios y aventureros: se lo llevaron casi todo, menos las ganas de creer y seguir creciendo.

Aunque llenas de salitre las paredes, de hollín las chimeneas y de óxido las rejas, todavía me sostengo en esta casa, a la vez refugio y guarida. Hay dos únicos salones completos: el decorado en el que recibo a mis amigos, como en los viejos tiempos, pretendiendo esconder con andrajos remendados, toda la miseria que llevo dentro. El otro es el oscuro calabozo donde habitan mis deseos. Ahí, entre húmedos desasosiegos, destrozo los armarios para encontrar un recuerdo que quemar, cuando el frío me cala hasta los huesos.

Entre fantasmas prisioneros, cuando estoy sola y ni siquiera las ratas visitan los osarios y nadie se acerca para arrojarme un mendrugo, transcurren mis días en un vano intento por recobrarme del destierro. Y por ello, porque extraño el sonido rumoroso de pisadas, entrechoco las cadenas para liberarme de la locura del silencio. Y me invento carnavales venecianos, de altas pelucas y fastuosos ropajes, de música gitana y de furtivos besos. Pero a veces, porque cuando levanto la cabeza veo la muleta astillada, el bastón endeble y las muchas ganas de maldecir gritando, en lugar de reír fingiendo.

No te equivoques, no creas que mi fachada luminosa, alberga espacios perfectos. No soy un museo-mausoleo; ni la casa de campo donde gozan las visitas, ni un palacio de ensueño. La mía es como tantas otras, un espacio levantado para soportar las inclemencias del tiempo. No pienses que, aunque de cimientos fuertes, no se puede incendiar el maderamen ni apolillarse las cortinas. No creas que, la inteligencia, es un escudo contra el desaliento o que impermeabiliza los dolores.

Pero tampoco pienses que quiero un príncipe rescatador...no, no es eso.

Yo ya no quiero un genio en mi lámpara. Solo pido, por ahora, un poco de aceite que ilumine refractándose en mi espejo.


Por: MARÍA GUADALUPE MUNGUÍA TISCAREÑO
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FOTOGRAFÍA: "CLAROSCURO"- ANN YOURK

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